Nos importa más nuestra imagen pública que la justicia, por eso somos más duros aplicándola en presencia de otros

Nos importa más nuestra imagen pública que la justicia, por eso somos más duros aplicándola en presencia de otros
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Somos más o menos expeditivos aplicando nuestra justicia sobre los demás en función de si estamos delante de otras personas o no, es decir, si nuestro castigo se ejerce desde un púlpito público o uno privado.

De hecho, según este estudio, la gente castiga tres veces más duramente en presencia de sus compañeros, pues el castigo es una forma de decir tácitamente: ese comportamiento me parece muy reprobable y mi ira deja en evidencia de que no solo no lo tolero en los demás, sino que eventualmente tampoco lo haría en mí mismo.

Señalización de la virtud

El castigo es fundamental para dos fenómenos distintivamente humanos: la cooperación en grupos y la moralidad. Actualmente no hay consenso sobre qué modelo evolutivo explica mejor este fenómeno en humanos.

Sin embargo, en el estudio citado, se ha presentado dos experimentos en los que se induce a los participantes a cometer violaciones morales y luego presentar a terceros la oportunidad de pagar para castigar a los malhechores a fin de comprobar qué pesaba más, si la moralidad o la cooperación en grupos.

Los resultados sugieren que la presencia de una audiencia, aunque sólo fuera la de experimentador, fue suficiente para provocar un aumento del castigo moralista.

Parte de la idea de la virtud de exhibición se origina en el estudio científico de teoría de señalización, inicialmente conceptuada por Charles Darwin y su trabajo El origen del hombre y la selección en relación al sexo, publicado en 1871. Poco a poco, otros autores han ido incorporando nuevas evidencias al corpus científico sobre cómo opera tal tendencia.

Pero entonces esta indignación que tanto usamos para congraciarnos con nuestro gurpo, ¿es real o fingida? Los psicólogos Jillian Jordan y David Rand argumentan que la señalización de la virtud como indignación fingida es separable de la indignación real hacia una creencia particular, pero que la mayoría de los casos de exhibición de virtud son de hecho simultáneamente indignación real.

O dicho en román paladino: somos exhibicionistas de nuestra moral para encajar socialmente, pero también la acabamos integrando en nuestro sistema de valores como si fuera real. Una dinámica que podría extrapolarse a muchas de las otras cosas que hacemos en nuestra vida:

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