¿Leyendo resúmenes nos va mejor que leyendo el texto entero?

¿Leyendo resúmenes nos va mejor que leyendo el texto entero?
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Siempre he sido un gran defensor de la profundidad en las ideas. Por ejemplo, no valoro demasiado que alguien se declare ateo o creyente. Solo son palabras. Ignoro el significado intrincado que cada persona ha forjado con ellas, cómo ha llegado a sus conclusiones, qué razones avalan su postura, cuántas vueltas ha dado a sus argumentos. Ignoro si su postura es sencillamente impostura.

De forma más particular, en ciencia es más importante saber cómo sabes una cosa que decir que la sabes. Es decir, hay que conocer en detalle los procesos, la concatenación de motivos, las correlaciones, las pruebas. En otras palabras, ser ateo o ser creyente no significa nada para mí si la declaración no está seguida de una extensa argumentación que, por ejemplo, defina qué es Dios, qué significa creer, que es la verdad y la Verdad, etc.

Esta argumentación se queda pobre si se basa en una conversación de bar. En primer lugar porque una conversación de bar dura unas pocas horas, a veces minutos. En segundo lugar, porque es difícil ser preciso y coherente si exponemos un tema complejo de memoria, y si, además, enfrente tenemos alguien que nos hace preguntas o interpelaciones: el formato adversarial típico de un debate siempre me ha parecido poco fructífero para llegar a la verdad, porque generalmente es más bien una competición de egos para vencer al otro.

Saber mucho sobre una cosa

Dicho lo cual, cuando quiero conocer en profundidad un tema complejo, por ejemplo concerniente a la bioética, no escucho la opinión de los demás, ni siquiera debato mis ideas. Sencillamente cojo un libro, dos o diez sobre el tema objeto de glosa, y lo leo detenidamente. Solo cuando un libro tiene más de cien páginas de argumentación, respaldando cada afirmación con estudios y estadísticas, empiezo a penetrar en profundidad en un tema complejo. Quien dice cien páginas, dice 50 o 5.000. Ya me entendéis.

Así que no soy muy amigo de las distancias cortas. Creo que determinadas argumentaciones necesitan de un gran preámbulo, una estructura interna por fases, una gran cantidad de datos externos que refuercen la estructura general, y finalmente una conclusión que lo sintetice todo. La síntesis no pueden asimilarse si haber leído antes todo lo anterior, a no ser que nos queramos quedar con la anécdota o nos fiemos de las afirmaciones del ensayista sencillamente porque nos cae bien. (Obviamente, este artículo se queda también en la superficie, y no pretende otra cosa que motivar la inquietud por buscar más información al respecto).

Saberlo todo

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Esto sería, en suma, lo ideal. Pero lo ideal no siempre es lo posible. El tiempo apremia, hay demasiados asuntos que abarcar, y la información acerca de cualquier tema es cada vez más amplia.

Si alguien es lo suficiente curioso para aprender un poco de todo, siempre habrá asuntos en los que no habrá tenido tiempo de profundizar tan concienzudamente. Temas sobre los que poseemos nociones generales que nos permiten formarnos una opinión superficial y/o temporal. Casi algo de que hablar. Poco a poco, con el tiempo, quizá reunamos más datos, o tengamos más tiempo para leer más extensamente sobre ello.

Pero en general, casi todos los temas de los que hablamos entran en la categoría de “sé algo por encima”. Habida cuenta de la infoxicación a la que estamos siendo sometidos, esa categoría cada vez es más amplia. Pero eso no es necesariamente malo si somos conscientes de nuestra condición de diletantes. Si al opinar lo hacemos un poco por comunicarnos, jugar, combatir, trazar alianzas, socializar, aprender un poco del otro o de nosotros mismos en el plano psicológico.

En ese sentido, la síntesis, asimilar un resumen de un tema extenso, puede ser mucho más fructífero de lo esperado, como bien saben los que han leído a Timothy Ferriss y sus estrategias de optimización del tiempo para adquirir nuevos conocimientos que plantea en su libro La semana laboral de 4 horas.

En una serie de experimentos de la Universidad Carnegie Mellon compararon capítulos de 5.000 palabras procedentes de libros de texto universitarios con resúmenes de esos mismos capítulos en unas 1.000 palabras. Había de todo, desde historia hasta geografía africana, pasando por macroeconomía. En todo los casos, los resúmenes funcionaron mejor si a los estudiantes se les facilitaba el mismo tiempo para aprender sobre algo (unos veinte o treinta minutos por tema). Los que leyeron los resúmenes recordaron mejor las cosas que quienes leyeron el capítulo entero.

Un dato a tener en cuenta (aunque os los plantee de forma resumida) de que no siempre es necesario sobrecargarse de información, y hay que saber en qué competencias ir más allá y en cuáles quedarnos un poco más en la visión general. Ya sea porque nos da pereza, ya sea por pragmatismo. Ya sea porque en cien años todos calvos, que decía la compañera de piso de Sarah Connor en la película Terminator.

Imágenes | Pixabay

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