¿La posibilidad de ser asesinado disminuye gracias al comercio?

¿La posibilidad de ser asesinado disminuye gracias al comercio?
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Acostumbramos a poner el capitalismo bajo sospecha. El brillo fenicio del vil metal nos parece execrable. La gente con mucha pasta nos produce arcadas. Los mercados nos recuerdan a tiburones disputándose la pitanza pública. Identificamos a Gordon Gekko con un antihéroe (y un cabrón desalmado).

Y hay algo de eso, sí. Pero el dinero, el capitalismo y las transacciones económicas podrían también estar detrás de los grandes avances de la civilización (moral, esclavitud, liberación sexual, crimen, filantropía, beneficios sociales varios, tecnología, etc.), a juicio de muchos analistas.

Por ejemplo, fijémonos en el crimen. Desde el siglo XVII, la posibilidad de ser asesinado no ha dejado de disminuir en toda Europa; y esta tendencia empezó en dos países especialmente comerciales: Holanda e Inglaterra. Como apunta el doctor de la Universidad de Oxford Matt Ridley: “El asesinato era diez veces más común antes de la revolución industrial con respecto a hoy en día”.

La conocida como curva de Kuznets establece que cuando el ingreso per cápita alcanza los cuatro mil dólares, las personas exigen la limpieza de los ríos y aire locales (ecologismo). En el Occidente de la posguerra, las personas empezaron a enriquecerse y a demandar horas de trabajo flexibles, pensiones y seguridad laboral (derechos del trabajador).

Algunas de estas tendencias pudieron producirse sin el concurso del comercio en la vida diaria, pero parece ser que el comercio las aceleró.

La razón psicológica se esconde en la expansión del cerebro colectivo: a medida que nos vemos obligados a ampliar nuestras transacciones con desconocidos, convertimos a esos desconocidos en amigos honorarios. El intercambio comercia puede transmutar el interés personal en benevolencia. Las naciones más comerciales son las que históricamente han presentado una mejoría más espectacular en la sensibilidad humana.

A juicio de Ridley:

En el siglo XIX, cuando el capitalismo industrial atrajo a tantas personas a ser dependientes del mercado, la esclavitud, el trabajo infantil y los pasatiempos como el lance de zorros o las peleas de gallos se volvieron inaceptables. A finales del siglo XX, cuando la vida se comercializó aún más, el racismo, el sexismo y el abuso de menores se volvieron inaceptables. Y en el camino, cuando el capitalismo cedió el paso a variadas formas de totalitarismo dirigido por el Estado y sus pálidos imitadores, fue evidente el retroceso de dichas virtudes, mientras la fe y el valor revivieron. (…) La violencia azarosa tiene espacio en los noticiarios precisamente porque es tan rara; la amabilidad rutinaria no es noticia precisamente porque es tan común. En décadas recientes, las obras de caridad han crecido más rápido que la economía a nivel global. Internet está repleto de personas que comparten consejos gratuitamente.

En palabras de Eamonn Butler, director and cofundador del Adam Smith Institute: “El sistema de mercado convierte el interés personal en algo virtuoso.” Producir resultados racionales que parten de individuos irracionales. Producir resultados benévolos de motivaciones individualmente egoístas. Cuando la economía de mercado florece, también lo hace la filantropía. Proporcionalmente, los trabajadores pobres dan tres veces más de sus ingresos a causas filantrópicas que quienes viven de la asistencia social.

Los psicólogos evolutivos, por ejemplo, han confirmado que en ocasiones la motivación detrás de las muestras conspicuas de virtud por parte de los muy ricos están muy lejos de ser puras. Cuando se le muestra a una mujer una fotografía de un hombre atractivo y se le pide que escriba una historia sobre la cita ideal con él, ella dirá que está dispuesta a invertir su tiempo en voluntariados prosociales que llamen su atención. En contraste, una mujer a quien se le muestra una fotografía de una escena callejera y se le pide que escriba una historia sobre el clima ideal para estar ahí, no muestra la misma urgencia filantrópica.

Lo que se pretende destacar, pues, es que, gracias al intercambio, la confianza entre las personas ha crecido de forma gradual y progresiva. El intercambio genera confianza, y viceversa. Éste es el motivo en gran parte de la crisis financiera que estamos viviendo: los bancos se hallaban sustentados en pedazos de papel que decían valer mucho más de lo que valían, y la confianza se perdió.

Vía | El optimista racional de Matt Ridley

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