Libros que nos inspiran: 'Una selva de sinapsis' de Ignacio Crespo

Libros que nos inspiran: 'Una selva de sinapsis' de Ignacio Crespo
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Lo primero que puede pensarse al hojear el libro de Ignacio Crespo es: ¿otro resumen sobre en funcionamiento del cerebro? ¿La enésima lista de sus partes y funciones? Sin embargo, esto sería una apreciación de todo punto injusta.

No solo porque el título ya nos ofrece una forma estética distinta de acercarnos a la masa gris (una selva, guau), sino porque con los mismos mimbres se pueden concebir objetos muy disímiles. Incluso un olor (almendra quemada) puede ser el resultado de 75 combinaciones químicas distintas que no tienen nada en común salvo eso: que la nariz humana las registra como olor a almendra quemada. Mutatis mutandis, con lo mismo también se puede concebir algo diferente y original, y lo común también puede ser fruto de combinaciones originales. Eso es Selva de sinapsis.

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Adentrándonos en el cerebro

El cerebro solo es un pedazo de materia, como lo pueda ser un pisapapeles. La diferencia más importante estriba en que una de las propiedades del cerebro es creerse vivo, que goza de libre albedrío y hasta que es un agente racional.

La realidad, empero, es un poco menos alucinante: el libre albedrío probablemente sea una ilusión cognitiva; la racionalidad está limitada por la información con la que contamos, el tiempo del que dispone y el hardware que se posee para pensar, lo que el Nobel Herbert Simon denominaba "racionalidad limitada"; y qlo de estar vivo... bien, al final puede definirse en términos termodinámicos como un sistema metaestable que tiende a la estabilidad, lo cual no dista mucho de un termostato o un misil termodirigido.

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Y, sin embargo, el cerebro es probablemente uno de los objetos más extraordinarios, complejos, terriblemente bien diseñados y terriblemente mal diseñados que conocemos (valga en oxímoron casi palindromático). Una suerte de caja negra en la que apenas podemos penetrar.

Para asimilar toda su complejidad, lo que sabemos, lo que no sabemos y lo que quizá nunca podremos saber, Ignacio nos conduce por la selva cual guía turístico, con el tono docto de un cicerone mezclado con el desopilante de un maestro de ceremonias. Porque, sí, el libro también es muy divertido y está jalonado de metáforas y comparaciones muy ingeniosas que invitan a sonreír (a veces con los labios, a veces con la mente).

Ahí van unos ejemplos tomados al azar, página 136: "Una indigestión no es demasiado grave, pero las infecciones en la naturaleza se pagan más caras que el roaming". O este subtítulo, en la página 36: "¿QUIÉN VIVE EN LA PIÑA DEBAJO DEL MAR?". Más: "De hecho, durante mucho tiempo, esa fue la respuesta para todas las preguntas difíciles: "Lo hizo un dios". Ya fuera Odín, Yahvé, Alá o Chuck Norris, el comodín divino silenciaba cualquier duda". O este párrafo:

Tal vez el ejemplo más famoso sea el de Platón en el siglo IV a. C., que dijo: "El ser humano es un bípedo sin plumas". Una definición que no gustó demasiado a Diógenes el Cínico, quien, con gran diplomacia, decidió tirar un pollo desplumado al suelo de la Academia diciendo: "Aquí tenéis al hombre de Platón". Dejando a un lado que Diógenes habría triunfado en Twitter, hay que reconocer que la respuesta tenía su punto de razón.

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Y aún me acuerdo del número de neuronas, los granos de arroz y los millones de personas que podrían cenar paella.

En ese sentido, la prosa de Ignacio, además de que siempre me parecía estar leyéndola con su voz radiofónica de metatrón, me ha recordado mucho a la de Bill Bryson. Hasta el punto de poder afirmar que Ignacio es nuestro Bill Bryson español: explique lo que explique, lo hará con claridad expositiva, haciendo fácil lo difícil, yendo directamente a lo mollar sin circunloquios ni pedanterías vanas, y lo mejor: buscando que sonriamos. Porque todo entra mejor con un poquito de azúcar, que decía Mary Poppins (¿veis?, ya se me ha pegado).

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