¿Por qué nos gustan las Superbellezas? (y II)

¿Por qué nos gustan las Superbellezas? (y II)
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En la entrega anterior de este artículo os ofrecía las proporciones ideales que debe tener un rostro femenino para que resulte indiscutiblemente atractivo. Pero lo cierto es que hay muy pocas mujeres jóvenes que tengan esos rasgos o incluso que estén cerca de ellos. La tómbola genética es así: fundamentalmente azarosa.

Así pues, lo más llamativo de esto es que la belleza óptima diverja de la media. Casi ninguna mujer se acerca a la belleza óptima. Si resulta que la belleza facial es tan importante a la hora de determinar la supervivencia y un mayor éxito reproductor, ¿no debería haber muchas más mujeres en o cerca del promedio de la población? Es lo lógico en cualquier selección natural estabilizadora: las desviaciones en cualquier dirección son censuradas.

O dicho de otro modo: ¿por qué no está el mundo lleno de bellezas ideales?

Dando por sentado que poseer una belleza simétrica es realmente complejo, pues depende de muchos factores sobre los cuales no hay ningún control, una de las hipótesis que se plantean es el fenómeno conocido como estímulo supernormal.

Ampliamente extendido en las especies animales, es la preferencia durante la comunicación por las señales que exageran las normas, aunque raramente o nunca existan en la naturaleza.

En pocas palabras, es lo que sucede con el pavo real y su exagerada cola, que no resulta nada propicia para sobrevivir. O el hecho de que mujeres caminen sobre tacones kilométricos. O que los lagartos anolis en las Antillas se exhiban frente a fotografías de miembros de la misma especie aunque estas fotografías tengan el tamaño de un coche. O que las gaviotas argénteas ignoren sus propios huevos cuando se les ofrecen modelos de madera adecuadamente pintados, tan grandes que ni siquiera pueden subirse a ellos.

Es como si muchos animales, nosotros incluidos, se sintieran atraídos por la exageración, aunque esa exageración no tenga ningún sentido para la supervivencia o la simple comodidad. Aunque esa exageración directamente sea imposible en el mundo real.

En el mundo real la respuesta supernormal funciona porque las formas monstruosas creadas por los experimentadores no existen, y los animales pueden seguir sin riesgo una regla epigenética que se puede expresar como sigue: “Toma el mayor individuo (o el más brillante, o el que se mueva de una forma más conspicua) que encuentres.” (…) De manera paralela, muchas mujeres con grandes ojos y rasgos delicados pueden tener una salud menos robusta, especialmente durante los rigores del parto, que las que se hallan más cerca del promedio de la población. Pero, al mismo tiempo (y éste podría ser el significado adaptativo), presentan pistas físicas de juventud, virginidad y la expectativa de un largo período reproductor.

En cualquier tienda en la que vendan artículos de belleza podremos encontrar toda clase de artefactos para crear estos estímulos supernormales. La sombra de ojos y el rímel, que agiganta los ojos; el lápiz de labios, que hincha los labios; el colorete, que aporta un sonrojo permanente en las mejillas; etc.

Es decir, existe una industria (que pronto ofrecerá cirugía estética tan asequible como un pintalabios) que imita las señales fisiológicas naturales de juventud y fecundidad, yendo más allá del promedio normal.

Lo mismo sucede con los adornos corporales de hombres y mujeres. Nuestros antepasados, antes de que existieran los primeros artistas pinta-paredes, ya se cosían abalorios en sus ropas o perforaban cinturones y cintas para el pelo con dientes de carnívoro.

Tales evidencias indican que el lienzo original de las artes visuales fue el propio cuerpo humano. Ellen Dissanayake, una historiadora americana de la estética, sugiere que el papel primario de las artes es y ha sido siempre “hacer especiales” determinadas características de los seres humanos, los animales y el ambiente inanimado. Tales bellezas, como queda ilustrado por la belleza femenina, son aquellas hacia las que la atención humana ya se haya biológicamente predispuesta.

Un razonamiento parecido podría aplicarse al desarrollo en un primer término de todas las artes del ser humano: una potenciación supranormal de aquellos rasgos que de manera innata consideramos atractivos.

Por esa razón, las películas de Hollywood también pueden tener buena taquilla en Singapur. O en Europa se puede leer y disfrutar un Premio Nobel de Literatura de origen africano o asiático.

Vía | Consilience de Edward O. Wilson

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