Las luces colgantes de la cueva de Waitomo y otras formas de iluminar la oscuridad

Las luces colgantes de la cueva de Waitomo y otras formas de iluminar la oscuridad
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En literatura fantástica, en situaciones en las que la escena precisa de una luz que retire las sombras, suelen usarse antorchas. Pero en algunas novelas se recurre a ingenios más exóticos. Por ejemplo: ¿cómo iluminar un templo perdido durante incontables años a los que los protagonistas llegan exhaustos al echárseles la noche encima? Las antorchas están bien, pero imaginad que en el templo se guarda un tesoro inimaginable o una tecnología que excede los conocimientos técnicos de la época, ¿no haría falta un sistema de iluminación que arrojase destellos por todo el lugar? Como emplear luz eléctrica parece una salida demasiado chocante, los escritores imaginan otros sistemas más en sintonía con el ambiente medieval. Por ejemplo, un fluido fosforescente que corra por unos canalones pegados a las paredes. O algo parecido a las enzimas de un cangrejo que la Marina japonesa empleó en la Segunda Guerra Mundial a fin de obtener luz de la naturaleza.

Otra opción es que en el templo o caverna en la que nuestros héroes han recalado existan plantas bioluminiscentes, es decir, que producen luz como si fueran luciérganas vegetales. La bioluminiscencia es un fenómeno relativamente frecuente en bastantes especies marinas y se produce mediante la unión de unas sustancias químicas que producen energía lumínica; las últimas estimaciones consideran que hasta un 90 % de los seres vivos que habitan en la porción media y abisal de los mares podrían ser capaces de producir luz de un modo u otro. En hábitats terrestres la bioluminiscencia no es tan común, por ello es sorprendente que en el mundo real existan estas soluciones naturales para alumbrar una estancia, aunque no es imposible.

En el techo de las cuevas de Waitomo, un complejo de cavernas subterráneas que se extiende varios kilómetros por las entrañas del norte de Nueva Zelanda, a 60 kilómetros al Sur de la ciudad de Hamilton, puede contemplarse una especie de bóveda celeste. Pero los millares de puntos luminosos del alto techo no forman parte de una constelación de estrellas sino que son gusanos luminosos. Algo así como ese muñeco de nuestra infancia llamado gusiluz, que emitía luz cuando lo apretábamos contra nosotros durante la noche, pero de tamaño diminuto. Todo este ejército de gusanos brillantes en realidad son larvas de un mosquito exclusivo de Nueva Zelanda, el Arachnocampa luminosa o Glow Worm.

Para alimentarse, la larva ha desarrollado una técnica de caza parecida a la de las arañas: teje pequeños hilos de seda que deja caer desde el techo de la cueva como si fueran hilos de pescar sin anzuelo. La luz azulada que desprenden químicamente los gusanos sirve para atraer a las presas, como si fueran esas luces ultravioletas que ponen en los restaurantes baratos para electrocutar a las moscas. En realidad, las presas se acercan a esas estrellas falsas porque creen estar contemplando el cielo y por tanto la salida de la caverna. Por eso los gusanos que están más hambrientos desprenden una luz mucho más intensa que los gusanos que ya están saciados, que se permiten poner, como si dijéramos, las luces de cruce y no las largas. Las presas, finalmente, son atrapadas por los hilos de seda y devorados por el mosquito con vocación de lucero.

Como el piso de esta cueva es un lago negro (estos gusanos florecen en las cuevas más húmedas), podréis navegar en un tour guiado de 40 minutos con una pequeña barca si os apetece ver esta bóveda celeste natural. Entonces descubriréis que no es extraño que en lengua maorí los nativos llamaran a estas criaturas titiwai, que significa proyectado sobre el agua.

Los titiwai me recuerdan también al sistema que el Centro Nacional de Biotecnología de España ha desarrollado para acabar con las minas antipersona. Existen más de 10 millones de minas sembradas en más de 60 países del mundo, lo cual hace imposible el plantearse eliminarlas todas antes de que maten o mutilen a cientos de miles de personas. Imposible hasta ahora: han desarrollado biosensores que detectan contaminantes basados en bacterias que emiten luz. De momento han encontrado una proteína que reconoce uno de los componentes más frecuentes de las minas antipersona y la han unido a un sistema de emisión de luz procedente de los genes de las medusas. Una vez arrojada una cepa de miles de estas bacterias bioluminiscentes a un campo, en caso de que existiera material explosivo cercano, las bacterias se iluminarían como si fueran señalizadores biológicos. De esta manera, decenas de puntos luminosos revelarían la posición de cada una de las minas, creando una especie de mapa lumínico (como el de la cueva de Waitomo, pero en el suelo en vez del techo) que permitiría desactivarlas fácilmente.

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