El botiquín de nuestra casa (X): el colirio

El botiquín de nuestra casa (X): el colirio
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Ya hace 5.000 años, en China, se empleaban gotas destinadas al cuidado de los ojos, un preparado hecho con un extracto de la planta mahuang.

Actualmente, los oftalmólogos saben que su ingrediente activo era el hicrocloruro de efedrina, que todavía se emplea para tratar irritaciones leves de los ojos, especialmente hinchazones causadas por reacciones alérgicas.

Los médicos antiguos no tardaron en advertir que el único disolvente aceptable para las medicaciones oculares era el agua estéril, hervida y después enfriada. Y la adición de un pellizco de ácido bórico, un agente antibacterial de acción leve, se convirtió en la base de muchos de los antiguos remedios contra una serie de infecciones oculares.

El gran avance en este campo tuvo lugar en el siglo XIX. En Alemania, Herman von Helmholtz publicó un libro trascendental, Manual de óptica fisiológica, que desterró varias teorías anticuadas sobre el funcionamiento del ojo.

En 1890, Otis Hall, un banquero de Spokane, Washington, estaba examinando la pata de un caballo cuando la cola del animal le golpeó el ojo derecho, causándole una laceración en la córnea. A los pocos días, se formó una úlcera dolorosa y Hall requirió de la ayuda de dos oftalmólogos, los hermanos James y George McFatrich.

A Hall le administraron regularmente unas gotas que contenían muriato de berberina, según una fórmula de los dos hermanos. Asombrado por la curación, Hall se unió a los dos hermanos para producir en serie uno de los primeros colirios seguros y efectivos, y combinando la primera y última sílabas de muriato de berberina, dieron al producto el nombre de Murine.

Los productos actuales del botiquín para combatir el cansancio, la sequedad y el enrojecimiento de los ojos contienen agentes que mantienen su composición cercana a la acidez y la salinidad naturales de las lágrimas humanas. Los oftalmólogos señalan que una de las pruebas más contundentes del origen marino de la especie humana se refleja en esta necesidad de que la superficie del ojo esté bañada continuamente de agua salada.

Vía | Las cosas nuestras de cada día de Charles Panati

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