Cinco científicos que experimentaron con ellos mismos

Cinco científicos que experimentaron con ellos mismos
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Hay científicos muy apasionados con su trabajo. Algunos de ellos conducen sus investigaciones extramuros de la legalidad e incluso de la moralidad. En ese caso, los científicos han preferido experimentar con ellos mismos para no involucrar a otros en sus persecuciones intelectuales.

A continuación, 5 de los casos más célebres de científicos que optaron por usar su propio cuerpo como laboratorio.

1. Albert Hofmann

LSD

Este primer caso no fue exactamente intencionado, sino fortuito, al menos en sus orígenes, que produjeron la que fue probablemente la ruta en bicicleta más alucinante de la historia.

Hofmann sintetizó el LSD en un laboratorio de Basilea en 1938, pero no lo usó hasta 1943, cuando por accidente lo absorbió a través de su piel. La dosis fue suficiente como para hacer el primer viaje de LSD, y dio un interesante paseo en bicicleta hasta su casa.

Hofmann estudiaba una sustancia producida por un hongo rojizo llamado cornezuelo del centeno, y otros compuestos relacionados con él, con objeto de encontrar un fármaco contra la migraña, y halló el LSD por casualidad. La mención más antigua del cornezuelo proviene de un texto asirio escrito en el siglo VII a. C., donde se habla de «esa pústula nociva en la espiga». La harina hecha a partir de este grano parasitado es peligrosa y puede causar hasta la muerte, pero en la Edad Media europea, donde el pan constituía la comida principal, la gente incluso compraba pan hecho con harina contaminada porque era más barato, rezando para que la dosis fuera tan baja que no les matasen. Las epidemias de muertes provocadas por ella, que seguían a una espantosa agonía, pasó a llamarse epidemia de «fuego de San Antonio».

Así que todo lo relacionado con este hongo era, cuando menos, misterioso y temible, hasta que Hofmann empezó a diseccionar su estructura química. Gracias a aquella casualidad, en la que Hofmann, sin quererlo, se había convertido en conejillo de indias, apareció el LSD. El ácido lisérgico que, mediante un colega, el carismático Timothy Leary, que había huído de una cárcel estadounidense y se había exiliado en Suiza, en un chalet de alquiler en Villars-sur-Ollon, una estación de esquí del extremo oriental del lago Ginebra, el LSD se convirtió en algo más que un compuesto químico capaz de hacerte ver cosas que no existían. El LSD fue el sagrado sacramento en el que se construyó uno de los movimientos contraculturales más importantes de la historia. Movimiento de gigantescas implicaciones políticas y sociales de las que Leary fue su apóstol.

Hofmann, por su parte, más preocupado por la investigación científica seria y rigurosa, se mantuvo un poco más al margen: nunca creyó que el LSD tuviera que obrar como una herramienta para potenciar el recreo de la gente sino para expandir su conciencia y profunizar intelectualmente en el conocimiento de uno mismo.

Y es que una simple mota de LSD, apenas visible por el ojo humano, es capaz de producir, tal y como lo definió el psiquiatra W. A. Stoll: «una experiencia de inimaginable intensidad». O como cuenta el erudito en drogas (y amigo de Hofmann) Antonio Escohotado en su mamotreto, casi Biblia, Historia general de las drogas:

No se siente nada corpóreo que acompañe a la ebriedad, al contrario de lo que acontece (en distintos grados) con cualquier otra droga. El pensamiento y los sentidos se potencian hasta lo inimaginable, pero no hay cosa semejante a picores, sequedad de boca, dificultades para coordinar el movimiento, rigidez muscular, lasitud física, excitación, somnolencia, etc. Frontera entre lo material y lo mental, el salto cuántico en cantidades activas representado por la LSD implica que comienza y termina con el espíritu; como sugirió el poeta H. Michaux, el riesgo de desperdiciar el alma, y la esperanza de ensanchar sus confines.

2. Barry Marshall

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En 1984, en Australia, tras fallidos intentos de infectar lechones, Marshall bebió una muestra de Helicobacter pylori de un paciente. Entonces desarrolló gastritis, aclorhidria, malestar estomacal, náuseas, vómitos y halitosis, lo que confirmó su hipótesis de que la bacteria causaba las úlceras. Ganó el premio Nobel por ello.

3. Kevin Warwick

Warwick

En 2002, en Reino Unido, este profesor de cibernética se implantó una matriz de 100 electrodos en su brazo. Durantre 3 meses estudió la vinculación de su sistema nervioso con Internet, principalmente para controlar un brazo robótico situado a kilómetros de distancia.

4. Jesse William Lazear

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En 1900, en Estados Unidos, durante el estudio de la transmisión de la fiebre amarilla en Cuba, el doctor William Lazear dejó que mosquitos infectados le picaran sin comunicarlo. Murió con 34 años y, posteriormente, su investigación fue reconocida como incalculablemente valiosa para el tratamiento de la enfermedad.

De este estilo un poco bestia, quizá os interese leer otras historias similares en Cinco heroicas (y un poco cafres) demostraciones de científicos: comiendo vómito negro, cortando por lo sano y contrayendo enfermedades venéreas.

5. John Stapp

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En la década de 1940, en Estados Unidos, se creía que los humanos no podían tolerar más de 18 veces la fuerza de la gravedad. Pero el doctor John Stapp se sometió a un máximo de 46 veces la fuerza de gravedad en su "trineo cohete", experimento crucial para mejorar la seguridad aerodinámica y vehicular.

Murphy había inventado un equipo provisto de 16 sensores destinado a medir y registrar la aceleración que podía soportar el cuerpo humano. ¿Murphy? Exacto: ¡el tipo del que deriva la célebre ley de Murphy! El capitán Edward A. Murphy Jr. trabajaba como ingeniero de desarrollo en el laboratorio de la US Air Force en Wight Field.

El récord mundial que ha resistido el hombre en fuerza g es de 82,6 g durante sólo 0,04 segundos. Pero podéis leer más ejemplos de fuerzas g en seres humanos en ¿A cuántas ‘g’ sometemos nuestro cuerpo en actividades cotidianas como toser o sentarnos en una silla?

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