Las entrevistas de trabajo son (casi) inútiles

Las entrevistas de trabajo son (casi) inútiles
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Todos hemos pasado por ellas. Por las entrevistas de trabajo. Sin embargo, las entrevistas de trabajo más bien parecen una impostura antes que una forma eficiente de contratar personal. En primer lugar, el contratador desvía las partes más negativas del contrato. Por la otra, el entrevistado ensalza sus virtudes y minimiza sus defectos (hay algunos CV que, de hecho, parecen odas a la exageración).

Sin embargo, una entrevista de trabajo es aún un modo habitual de contratar a otra persona. La primera impresión (y generalmente la que más peso tiene).

El psicólogo Richard Nisbett denomina a este sesgo psicológico la “ilusión de la entrevista”: nuestra certeza de que en una entrevista advertiremos más cosas que las que advertimos realmente. Pero en realidad es algo absurdo: es difícil hacerse una idea de alguien, y mucho menos de sus capacidades, en media hora.

Tal y como señalan Dan Heath y Chip Heath en su libro Decídete, a propósito de la eficacia de las entrevistas:

La investigación ha descubierto que las entrevistas pronostican menos el rendimiento laboral que las muestras de trabajo, los tests de conocimiento y la evaluación de los compañeros del rendimiento laboral anterior. Hasta un simple test de inteligencia preside considerablemente más que una entrevista.
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En un estudio realizado por el psicólogo Robyn Dawes se evaluó experimentalmente el auténtico valor de las entrevistas cuando, en 1979, la organización de la University of Texas Medical School entrevistó a los 800 aspirantes más brillantes y los puntuó en una escala del uno al siete.

Tras hacer distintas cribas, seleccionaron a los 350 estudiantes más brillantes. Entonces, inesperadamente, la asamblea universitaria solicitó a la Facultad que aceptara a 50 estudiantes más. Como solo quedaban disponibles los peores candidatos, pues, tuvieron que admitir a los 50 peores, que habían quedado entre los últimos cien aspirantes.

Afortunadamente, en la Facultad de Medicina nadie sabía quiénes estaban entre los cien primeros o los cien últimos, de modo que el destino había creado una carrera de caballos perfecta entre los candidatos buenos y los malos. ¿Diferencias en el rendimiento? Ninguna. Ambos grupos se graduaron y sacaron el mismo porcentaje de matrículas.
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