¿La televisión realmente aumenta los casos de violencia? (II)

¿La televisión realmente aumenta los casos de violencia? (II)
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Os explicaba que, a tenor de las simples estadísticas, la exposición a la televisión provocaba que los niños, al ser adultos, presentaran tasas más altas de delincuencia, independientemente del tipo de programas que consumieran.

Es posible que los niños que veían mucha televisión no quedaran adecuadamente socializados, o no aprendieran a divertirse por sí solos. Es posible que la televisión hiciera que los que no tenían cosas desearan las que otros tenían, aunque eso significara robarlas. O puede que no tuviera nada que ver con los propios niños; a lo mejor mamá y papá se volvieron negligentes cuando descubrieron que mirar la tele era mucho más entretenido que cuidar de los niños.

El asunto de que al contemplar por la tele las cosas que podríamos tener y que no tenemos nos podía impulsar a robarlas no es baladí. Existen otros contextos en los cuales se ha descubierto cómo el hecho de que la gente pueda ver lo que se está perdiendo incida en su nivel de felicidad y frustración, como os expliqué con detalle en el artículo Ojos que no ven, bolsillo que no siente (I) y (II). Muchos habitantes del Tercer Mundo, por ejemplo, deciden embarcarse en el viaje hacia el Primer Mundo cuando contemplan por televisión cómo es el Primer Mundo.

Hasta aquí podemos más o menos admitir que el exceso de televisión podría tener una incidencia en los casos de violencia de una sociedad, aunque todavía no sepamos la razón concreta y sólo nos podamos basar en estadísticas.

Pero ¿y mirar la televisión simplemente? ¿Y mirar películas de acción? ¿O de terror? ¿O incluso clasificadas como X? ¿Puede de alguna manera insensibilizarnos al horror y al final empujarnos a comportamientos violentos o delictivos? ¿Tienen razón los padres que prohíben a los hijos ver según qué programas? ¿Mis padres se equivocaron al dejarme ver toda clase de películas y programas para adultos cuando era niño?

Al parecer, la respuesta a esta cuestión no es tan ambivalente como las anteriores: no existe relación entre la violencia real y la violencia televisiva o ficcional (y aquí entran los videojuegos violentos, los juegos de rol y demás). La gente sabe diferenciar muy bien la realidad de la fantasía, incluso a edades asombrosamente tempranas.

Como en su día se prohibieron determinados libros, como Lolita, de Nabokov, porque se creía que fomentaría la pederastia, o como incluso el filósofo griego Platón aconsejaba en su Politeia (La República) una censura de los cuentos y las leyendas de los antepasados porque temía que la juventud acabase tomando ejemplo y adoptase valores incívicos y perjudiciales, la gente ha intentado directa o indirectamente regular la ficción televisiva de índole violenta o malsana a fin de evitar que los televidentes cojan un hacha a lo American Psyco.

(Una censura evangelizadora que incide negativamente en la calidad de las películas, por cierto, como intenté demostrar en el artículo No digas ni mu (sin ánimo de ofender a los mudos) (I) y (y II)).

Pero lo cierto es que, a pesar de todo, la ficción audiovisual rezuma violencia de toda clase, cada vez a niveles más estratosféricos. Por ejemplo, en las películas estrenadas en 1998 se contaron 439 escenas de niños víctimas de malos tratos, violaciones o asesinatos. En una película de acción como La jungla de cristal 2 (Die Hard 2), un total de 264 personajes pierden la vida de manera más o menos violenta.

La intuición nos indica que una persona sometida a semejante alud de violencia y perversión debe de quedar finalmente influenciada de algún modo, algún modo negativo, por supuesto. Pero eso es lo que nos dice la intuición, ¿qué es lo que dicen los experimentos?

Lo veremos en la próxima y última entrega de esta serie de artículos sobre la violencia en los medios.

Vía | Falacias de la psicología de Rolf Degen / Superfreakonomics de Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner

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