Hacer vacaciones no significa necesariamente dejar de trabajar

Hacer vacaciones no significa necesariamente dejar de trabajar
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En su popular libro Fluir, de 1990, el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi aborda un fenómeno que ha descrito como “la paradoja del trabajo”. Es decir, que en nuestra jornada laboral anhelamos irnos de vacaciones, pero en vacaciones estamos cansados, aburridos y estresados, y casi necesitamos volver al trabajo.

La primera vez que observó este fenómeno fue en un estudio de la década de 1980 llevado a cabo junto a Judith LeFevre, de la Universidad de Chicago.

Para realizarlo, pidieron a cien trabajadores (cualificados y no cualificados) de cinco empresas de Chicago que llevaran consigo un buscapersonas (estamos en una época sin smartphones) que les avisaría siete veces al día al azar durante una semana. Cada vez que sonara, los voluntarios debían rellenar un cuestionario breve, tal y como explica Nicholas Carr en su libro Atrapados:

Describirían la actividad en la que estaban metidos en ese momento, los desafíos que afrontaban, las habilidades que estaban desplegando y el estado psicológico en el que se hallaban según su sensación de motivación, satisfacción, compromiso, creatividad, etcétera. El propósito de este “muestreo de la experiencia”, como denominó Csikszentmihalyi la técnica, era ver cómo emplea la gente su tiempo, en el trabajo y fuera de él, y cómo sus actividades influyen en su “calidad de la experiencia”.

Me gusta trabajar

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A menudo, mi tiempo pasa volando, siento la euforia recorriendo mis venas y estoy a pleno rendimiento cuando me refugio en una cafetería a escribir. Cuando las palabras surgen rápidas y precisas, cuando conecto con lo que estoy haciendo, cuando supone un desafío o me implica emocionalmente. Cuando me doy cuenta de que estoy haciéndolo bien.

En esas circunstancias, me siento tan o más feliz que tumbado en la cama, viajando o haciendo cualquier otra actividad asociada al ocio. Es decir, que trabajando, a veces, me siento muy bien. Incluso mejor que no trabajando. Eso es precisamente lo que descubrieron LeFevre y Csikszentmihalyi al comprobar los resultados de su estudio: la gente parecía, en general, estar más contenta y se sentía más realizada cuando estaba en el trabajo que en sus horas de descanso. En tales horas de descanso tendían a estar aburridos o ansiosos.

Paradójicamente, tampoco les gustaba estar en el trabajo.

Somos terribles, reveló el experimento, a la hora de anticipar qué actividades nos satisfarán y cuáles nos dejarán descontentos. Incluso cuando estamos en medio de alguna tarea, no parecemos capaces de juzgar sus consecuencias psíquicas con precisión. Esos son síntomas de una aflicción más general, a la que los psicólogos han conferido el poético nombre de “deseo errado”. Nos inclinamos a desear cosas que no nos gustan y a disfrutar de cosas que no deseamos.

La razón de que muchos prefieran trabajar a tener vacaciones no tiene tanto que ver, pues, con la naturaleza de lo que hacemos (los trabajos suelen ser más rutinarios y grises que las actividades de ocio), sino con la estructura sobre el tiempo que impone el trabajo. A nuestras anchas, sin embargo, no tenemos tal estructura impuesta. Además, somos más felices cuando estamos absorbidos por una tarea difícil, una tarea con metas claras.

Cuando no estamos trabajando, nuestra disciplina vacila, no podemos obviar las preocupaciones y distracciones de la vida cotidiana. Esta clase de concentración no se obtiene solo en un trabajo remunerado, sino en cualquier actividad que posea las características de un trabajo: desde hacer bricolaje hasta cantar en un coro. Siempre que tenemos las metas claras y nos autoimpongamos objetivos innegociables.

La mayoría de nosotros malgasta sus horas de ocio. Apartamos el trabajo duro y raramente nos embarcamos en aficiones exigentes. En su lugar, vemos la televisión o vamos a un centro comercial o nos metemos en Facebook. Somos vagos. Y después nos aburrimos y nos irritamos. Desconectados de cualquier foco externo, nuestra atención se vuelve hacia nosotros mismos, y terminamos encerrados en lo que Emerson llamó la cárcel de la conciencia de uno mismo.

Imágenes | SplitShire | Stevebidmead

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