Excitado o no excitado sexualmente: las diferencias en nuestras opiniones

Excitado o no excitado sexualmente: las diferencias en nuestras opiniones
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Solemos creer que nuestra personalidad es un conjunto sólido e impenetrable (de hecho, quienes son incoherentes o se traicionan a sí mismos, son considerados unos perdedores). El lema es: yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré. Pero la verdad es que nuestra personalidad dista mucho de ser coherente; de hecho nuestra personalidad es un constructo de diversas personalidades tributarias unas de otras.

Por ejemplo, cuando estamos excitados sexualmente mantenemos unas opiniones (incluso morales), y cuando no lo estamos, mantenemos otras. Y ni nos despeinamos. La disonancia cognitiva es un hecho, pero si de por medio está el sexo, entonces es un escándalo.

Sexo con gente que detestamos

Para demostrarnos hasta qué punto esto es así, Dan Ariely nos explica un experimento en su libro Las trampas del deseo: Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan al error: formuló a un grupo de hombres una serie de preguntas. Algunas preguntas se realizaron cuando los hombres estaban excitados, y otras cuando no lo estaban. Cuando no estaban excitados, los hombres afirmaban en el 53 % de los casos que podrían disfrutar del sexo con alguien a quien detestaran. Estando excitados, el porcentaje de hombres que afirmaba tal cosa era del 77 %.

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Si la pregunta que formulaba Ariely era si estarían dispuestos a imaginarse que tenían relaciones sexuales con una niña de doce años; los hombres excitados respondían que sí en un 46 %; los no excitados, en un 23 %.

Sexo sin ganas

Sobre la pregunta de si serían capaces de acostarse con su pareja aunque ella explicitara que no quería, estado excitado (45 %), estado no excitado (20 %).

La moral intuitiva

Estas discrepancias suceden porque, en muchas ocasiones, nuestras opiniones morales no se basan en razonamientos lógicos complejos, sino en intuiciones, en pálpitos, en cómo reaccionan nuestras vísceras cuando nos someten al dilema moral.

Por ejemplo, las siguientes proposiciones las formuló Jonathan Haidt, de la Universidad de Virginia, para mostrar las fuertes reacciones de repugnancia moral que se experimentan ante hechos en los que nadie ha sufrido ningún daño personal, donde ni siquiera se comete un hecho de dudosa moralidad, tal y como lo escribe David Brooks en su libro El animal social:

Imaginemos a un hombre que compra un pollo en la tienda, consigue llegar al orgasmo penetrándolo y luego lo cocina y se lo come. Imaginemos que nos comemos nuestro perro muerto. Imaginemos que limpiamos el cuarto de baño con la bandera de nuestro país. Imaginemos a un hermano y una hermana de viaje; una noche deciden tener relaciones sexuales tomando precauciones; se lo pasan bien, pero deciden no volver a hacerlo.

Imagen | psd

Imagen | Forge Mountain Photography / Will Thomas

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