El individuo es tonto y la gente es más tonta aún: cómo gestionar la tontería generalizada

El individuo es tonto y la gente es más tonta aún: cómo gestionar la tontería generalizada
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El individuo es tonto. De acuerdo, esta afirmación suena a boutade. Maticemos: el individuo es más tonto de lo que cree. Sea como fuere, lo que resulta innegable es que cualquier tontería se vuelve más invisible para las mentes racionales cuando ésta se comparte con un número suficiente de individuos. Es decir, que la gente, colectivamente, suele ser tonta sin matices ni cataplasmas.

Es decir, que las principales fuerzas de las más grandes tonterías son las muchedumbres, el provincianismo, las tradiciones, la xenofobia, el creernos mejor que los demás a través del llamado sesgo endrogrupal o efecto Lago Wobegon. Unos memes tóxicos que, en definitiva, pueden contagiarnos a todos casi por igual, y que deberían atemorizarnos mucho más que un brote de Ébola.

¿Cómo se contagia la tontería?

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Pensemos un momento en cómo es posible que una idea falsa y tóxica, que hace daño a los demás e incluso indirectamente nos daña a nosotros mismo, puede propagarse con tanta facilidad de cerebro a cerebro, como si estuviéramos ante un virus caliente. ¿Por qué ideas profundamente ridículas han anidado en grandes grupos de personas?

Quema de brujas, ejecución de judíos, neutralización de camboyanos que llevaran gafas porque eso denotaba que eran intelectuales, considerar enfermos a homosexuales porque lo pone en un libro sagrado… la lista es infinita. Una lista que avergonzaría a cualquier individuo que se enfrentara a nuestra cultura desde fuera, como venido de otro planeta.

Así pues, el término virus, aquí, no tiene casi nada de metafórico, porque la propagación de las tonterías se comprende mejor a través de la epidemiología, antes que a través de la psicología. Las tonterías, los delirios, los dogmas medievales, los juicios viscerales y otras patologías del pensamiento se propagan con facilidad porque tienen mecanismos eficientes de propagación, no porque seamos infinitamente estúpidos (aunque haya excepciones).

El virus imbécil

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La propagación vírica de la imbecilidad es eficiente por diversos motivos. El primero tiene que ver con la presión de los grupos o el sesgo endrogrupal. Por ejemplo, si varias personas discuten opiniones similares, éstas se volverán cada vez más parecidas entre sí, y también se radicalizarán, con independencia de que sean personas inteligentes o tontas, como refiere el estudio de Myers y Lamm en Psychological Bulletin.

Los grupos también son propensos a sugerir líderes, y a reprimir la disidencia y las dudas individuales. También se filtran inconscientemente las pruebas que contradigan un consenso incipiente. Lo que el psicólogo Irving Janis llama “pensamiento grupal”. También tendemos a desear ser aceptados en un grupo, así que favorecemos la posición ideológica de éste con respecto a otros grupos, que automáticamente son interpretados como el enemigo.

El psicólogo evolutivo David Sloan Wilson emplea el lenguaje de la genética para comprender la supervivencia de ideas falsas cuando la gente actúa en grupo, es decir, que las ideas falsas no solo se perpetúan a través de la cultura, sino también de la herencia genética. Para describir el éxito ancestral de la xenofobia, el racismo, el fanatismo y el provincianismo (lacras que aún perduran en muchos de nosotros, aunque se estén erosionando progresivamente), Wilson escribe el siguiente ejemplo en su artículo "Species of Thought”:

Se presenta un gen mutante que hace que su portador crea sinceramente en cierta imagen distorsionada de la realidad. Podría suponer, por ejemplo, que sus rivales son, por naturaleza, gentes despreciables cuando, en realidad, son personas como él (y por lo tanto lo tienen a él por detestable) y solo son enemigos suyos porque compiten por los mismos recursos restrictivos. Aun así, el miedo y el odio que se profesa a las gentes aborrecibles resulta más motivador que la percepción acertada de que los enemigos de uno son idénticos a uno mismo. El portador del gen mutante conocerá, pues, un éxito mayor en la competición que sus rivales veraces, y el gen se extenderá por toda la población.

En pocas palabras, las ideas tontas se también pueden propagarse porque promueven la supervivencia de quienes las enarbolan, aunque sean profundamente falsas, inmorales o delirantes. De hecho, en el caso de las ideas religiosas, las ideas más delirantes parece que son las que mejor sobreviven, y acaban por desaparecer las ideas que más se acomodan al progreso social, como explico más ampliamente en Cuanto más difícil sea pertenecer a una religión, ¿mejor?

El biólogo evolutivo Mark Pagel, en su libro Conectados por la cultura, pone un ejemplo aterrador acerca de una idea (religiosa o no, aunque siempre dogmática y ajena al escrutinio crítico) que se instaura en una sociedad y nadie sabe realmente por qué se lleva a cabo:

La tribu A, que ocupa esta parte del valle, acusa a los de la tribu B de tratar mal a sus mujeres y asegura que su codicia constituye una amenaza para los territorios de la tribu A. La primera convicción servirá para justificar que les roben a las mujeres en combate (pues, de hecho, con tal acto se les estaría haciendo un favor), y la segunda, para aniquilar a los varones por lo peligroso de su avaricia. Una vez asentado, este cuento puede fructificar por sí mismo y hacer que los individuos lo sigan sin saber siquiera por qué.

Protocolo

Las normas de protocolo siempre me han parecido, más bien, las normas del proctólogo (espero que entendáis la retranca). Pero si bien el protocolo pueda resultarnos ridículo, todos nos fijamos en los demás para adecuar nuestro comportamiento.

La nueva psicología social abanderada por Zimbardo, Milgram o Darley nos explica que las personas que, individualmente no serían crueles, lo pueden llegar a ser según el contexto, o si otras personas son también crueles. O como señala el psicólogo cognitivo Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro:

Durante el Holocausto”, soldados y policías rodeaban a civiles desarmados, los ponían en fila frente a fosas y los mataban a tiros, no por animadversión hacia las víctimas o por compromiso con la ideología nazi, sino porque así no eludían sus responsabilidades ni defraudaban a sus compañeros de armas. La mayoría de ellos ni siquiera estaban coaccionados por la amenaza de castigo por insubordinación (…) Los historiadores han encontrado pocos casos, si acaso alguno, en que un policía, soldado o guardia alemán sufriera un castigo por negarse a obedecer a los nazis.

En resumidas cuentas, que somos tontos, muy tontos, pero nos volvemos profundamente tontos si nos coordinamos con otros tontos y ninguno instrumento externo pone orden (en el caso del progreso de la ciencia, por ejemplo, ese instrumento es el método científico, que ni siquiera hace caso de las pataletas de los científicos más reputados o nos permite saber cómo sabemos que sabemos). El resto de colectivos, ya sean religiosos o laicos, ya sean académicos o profanos, ya sean políticos o barrenderos, si no poseen de un instrumento externo que monitorice el grado de tontería generalizada y zumbe en alerta roja cuando el nivel supera lo permitido, seguirán siendo tontos, tontos hasta la médula.

Fotos | Markbarnes

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