Cómo tu barba determina cómo te perciben los demás

Cómo tu barba determina cómo te perciben los demás
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Hay barbas que te dan poderes especiales. La barba de Abraham Lincoln. La barba de Papá Pitufo. Esa clase de barbas. También hay barbas que te los quitan, ¿habéis visto el falso documental de Joaquin Phoenix?

La barba, en el hombre, tiene unos efectos significativos sobre cómo nos perciben los demás. Llevar barba es como retroceder hacia nuestras estadios primitivos: antes todos teníamos más pelo en la cara, pero la evolución (y la maquinilla de afeitar) nos han ido volviendo barbilampiños, no se sabe muy bien la razón: quizá porque ya no necesitábamos mantener tanto el calor para adentrarnos en sombrías selvas, quizá porque tuvimos una menor incidencia de ácaros y parásitos portadores de enfermedades.

Hay un investigador que se tomó la molestia de estudiar los efectos del pelo facial sobre cómo los demás nos percibe: fue el psicólogo Robert Pellegrini, en el año 1973.

Para ello seleccionó a 8 jóvenes barbudos a los que fotografió antes y después de afeitarles la barba. Y también cuando tenían una perilla y bigote, y cuando sólo tenían bigote.

Luego se mostró las fotografías a diferentes grupos de personas y, generalmente, los barbudos recibían adjetivos como masculino, maduro, dominante, seguro de sí mismo y valiente.

Sin embargo, estudios recuentes también asocian la barba con la falta de honestidad: más de la mitad del público occidental cree que los hombres con el rostro afeitado son más honestos que aquellos con barba.

Aparentemente, las barbas invocan imágenes de intenciones diabólicas, ocultación y poca higiene. Si bien no existe absolutamente ninguna relación entre la honestidad y el pelo facial, el estereotipo es lo suficientemente poderoso como para afectar al mundo, lo que tal vez explique por qué todos en la lista Forbes de los cien hombres más ricos lucen el rostro afeitado y por qué ningún candidato exitoso a la presidencia estadounidense ha llevado barba o bigote desde 1910.

Vía | Rarología de Richard Wiseman

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