¿La ignorancia es la antítesis de la libertad? (y II)

¿La ignorancia es la antítesis de la libertad? (y II)
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Seguimos explorando la cuestión de hasta qué punto podemos escoger ser ignorantes, planteada en la anterior entrega de este artículo, con la frase de un libro. En la novela de ciencia ficción El cálculo de Dios, de Robert J. Sawyer, leemos: “Aprender a ignorar cosas es un magnífico camino para llegar a la paz interior.”

Eso te pasa cuando has visto demasiado. Cuando tu agudeza visual no estaba atacada por la presbicia, las cataratas, las moscas volantes o cualquier otro impedimento ocular. Entonces surge el miedo, miedo a que, al ponernos unas lentes correctoras, nos convirtamos en ese remedo de juez de la realidad, gestor de la verdad y magistrado de la objetividad.

Pero ya es tarde, porque la ignorancia es la antítesis de la libertad. Parte de la transición desde la infancia hasta la madurez consiste en aprender a renunciar a creencias agradables pero falsas (por ejemplo, en Papá Noel). Porque, como decía Francis Bacon, “El hombre prefiere creer en lo que quiere que sea verdadero.”

A menudo la gente suele afirmar que tiene libertad para creer en lo que quiera, incluidos fenómenos sobrenaturales, medicinas alternativas o cualquier otra cosa extraña o alejada de lo comúnmente aceptado por los científicos. No obstante, no hay camino hacia atrás. Solo, de vez en cuando, puedes permitirte hacerte un poco el tonto. Solo un rato. Porque ser científico es antinatural, aunque no haya vuelta atrás, y precisa de una eterna lucha, tal y como escribe el físico Alan Sokal en Más allá de las imposturas intelectuales:

Para mantener una perspectiva científica se requiere una lucha intelectual y emocional constante contra las ilusiones; el pensamiento teleológico y antropomórfico; las apreciaciones erróneas de la probabilidad, la correlación y la causalidad; la concepción de modelos inexistentes, y la tendencia a buscar la confirmación más que la refutación de nuestras teorías favoritas.

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A todos nos apetece dejar de saber, dejar de buscar, en un momento dado. Pero en cierto modo es inevitable seguir haciéndolo cuando has empezado a hacerlo. Lo contrario, además de difícil, es inmoral. Lo inmoral es tener creencias irracionales (es decir, inmunes a la crítica, que no cambian con el tiempo para ajustarse a los nuevos conocimientos, que no concuerdan con los datos científicos, que, en suma, no tienen respaldo). Lo inmoral consiste en no desplegar toda una serie de destrezas mentales de índole epistemológica que deberíamos exigir a los demás antes de respetar sus creencias.

En el caso de las creencias religiosas, místicas o psedocientíficas, con más razón, pues como ya dijo Christopher Hitchens: “Lo que puede ser afirmado sin pruebas, también puede ser descartado sin pruebas.”

Una postura de profunda humildad, de evitar llenar lagunas de ignorancia con misticismos, tal y como propone elocuentemente la Nobel de Literatura de 1921 Anatole France en su libro El jardín de Epicuro (respetuoso guiño a uno de los fundadores griegos del escepticismo):

Si a un observador de espíritu verdaderamente científico se le llamase para certificar que la pierna cortada de un hombre renació súbitamente en una piscina o fuera de ella, seguramente no diría: “es un milagro”. Diría: “Una observación hasta hoy única induce a creer que en circunstancias todavía indeterminadas los tejidos de una pierna humana tienen la propiedad de renacer, como las pinzas de las langostas, las patas de los cangrejos o el rabo de los lagartos; pero más rápidamente. (…) Procede esta contradicción de nuestra ignorancia, y claramente vemos que se debe rehacer la fisiología de los animales, o mejor dicho, que aún no se ha hecho. Apenas si data de doscientos años la idea de la circulación de la sangre. Apenas hace un siglo que sabemos lo que es la respiración.

Puede que alguna persona se adhiera finalmente a la ciencia con una pasión que recuerda a la de cualquier secta religiosa, pero si fuera tal el caso entonces el adherido no sería científico en su forma de abordar la ciencia. Vale la pena, en ese sentido, leer la siguiente reflexión del profesor de filosofía y director del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts, Daniel C. Dennett, autor de libros tan iluminadores como Romper el hechizo:

¿Venero yo la medicina moderna? ¿La ciencia es mi religión? No en lo absoluto; no hay ningún aspecto de la medicina moderna o de la ciencia que estuviera dispuesto a eximir del más riguroso escrutinio, y puedo identificar fácilmente una gran cantidad de problemas serios que todavía necesitan ser resueltos. Eso es fácil de hacer, por supuesto, pues los mundos de la medicina y la ciencia están ya de lleno involucrados en las más obsesivas, intensivas y humildes autoevaluaciones hasta ahora conocidas para las instituciones humanas, y regularmente hacen públicas el resultado de estos autoexamenes. Más aún, esta incondicional crítica racional, imperfecta como es, es el secreto del sorprendente éxito de estas empresas humanas. Hay mejoras medibles cada día.

La ignorancia es la antítesis de la libertad, y aunque deseemos volver a la cierta calidez de la ignorancia, el viaje es solo hacia adelante.

Imágenes | Pixabay

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