La hipótesis innecesaria de Dios, según Laplace

La hipótesis innecesaria de Dios, según Laplace
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Hay anécdota atribuida a Pierre-Simon Laplace, un matemático que defendió el determinismo fuerte, que publicó los dos primeros de su Mécanique céleste inspirándose en la obra de Newton, proporcionando herramientas matemáticas para determinar los movimientos y posiciones de todos los cuerpos del sistema solar, en cualquier época, pasada, presente o futura.

Es decir, que según Laplace, todas las cosas eran consecuencia de otras, como en un enorme mesa de billar. Tal vez no dispusiéramos de suficiente potencia de cálculo para determinar el movimiento y posición de todas las bolas, pero éstas debían de estar necesariamente regidas por leyes fijas e inmutables. Ante lo cual, para Laplace, Dios era una hipótesis innecesaria o redundante.

La hipótesis de Dios

Hay personas que han consagrado sus vidas a demostrar la existencia de un Creador (en el mejor de los casos) o de un determinado Creador (en el peor: son personas, estas últimas, que defienden la creencia en Mahona, por ejemplo, pero no creen en Zeus).

Centrémonos en la primera clase de personas.

No sabemos por qué se creó en Universo, o si existe alguna voluntad tras ese hecho (a decir verdad, es posible que tal pregunta, muy unida a la forma que tiene nuestro cerebro de procesar los hechos, mediante causas y efectos, ni siquiera tenga sentido). Los creyentes aducen, entonces, que es posible que el Universo haya sido creado por alguien, y ese alguien es Dios.

Sin embargo, no sabemos nada de ese Dios. De hecho, ignoramos tanto todo lo relativo a ese Dios como ignoramos cómo se creó el universo, qué hubo antes, de dónde venimos exactamente. Es decir, que los creyentes introducen una hipótesis que no explica realmente nada, si acaso añade un misterio más al propio misterio. ¿Quién creó a Dios?, podríamos preguntar entonces. Y la respuesta sería tan vaga como lo que podemos responder a quién creó el Universo. ¿Él mismo, se autocreó? También esa respuesta sirve para el Unvierso. ¿Siempre existió? Lo mismo. Etcétera.

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Llegados a este punto, pues, podríamos ser creyentes más profundos que los propios creyentes, personas que sostendríamos la hipótesis de que detrás de Dios existe un super Dios. Y sostendríamos tal hipótesis tal alegremente, y encima quizá reclamaríamos respeto ante tal afirmación. Los que creyeran en Dios y no en el super Dios serían personas, en consecuencia, más faltas de fe que nosotros, más cuadriculadas, demasiado científicas, demasiado apegados a lo empírico.

La verdad, sin embargo, es que la gente se lleva muy mal con la incertidumbre y con el “no lo sé”, así que es capaz de construir hipótesis tan endebles como “la respuesta a esta pregunta es el elemento que responde a la pregunta”.

Laplace y Napoleón

Napoleon Vs Trump

Como hemos dicho, para el matemático Laplace, Dios era una hipótesis innecesarias, una redundancia lógica. Antiguamente, cuando no sabíamos el origen de los rayos, también se repondía "dios". Y lo mismo frente a otros muchos fenómenos naturales. Llenar las lagunas de ignorancia con ese concepto, pues, es una actividad que puede perdurar para siempre, pues siempre habrá lagunas de ignorancia.

Por ello, en una ocasión, cuando Laplace regaló un ejemplar de su obra a Napoleón, entre ellos se produjo entonces una pequeña discusión que es descrita así por W. W. Rouse en A Short Account of the History of Mathematics:

Alguien le había dicho a Napoleón que el libro no hacía ninguna mención al nombre de Dios; Napoleón, a quien le encantaba plantear preguntas embarazosas, lo recibió con la siguiente observación: “M. Laplace, me dicen que habéis escrito este gran libro sobre el sistema del universo y que nunca habéis mencionado a su Creador”. Laplace, que aunque era uno de los políticos más flexibles, era tan inflexible como un mártir en lo que concernía a todos los aspectos de su filosofía, se levantó y contestó bruscamente: “No tenía tal necesidad de tal hipótesis.

Naturalmente, también habrá personas que aducirán, entonces, que ellos tienen fe, o que han sentido, visto o escuchado a Dios. Lo cual es aún más endeble, porque no nos podemos fiar ni de nosotros mismos (sobre todo en asuntos extraordinarios).

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