La porcelana o la historia que recuerda a Rumpelstiltskin

La porcelana o la historia que recuerda a Rumpelstiltskin
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El recipiente en el que tomamos nuestro café ha ido evolucionando con los siglos hasta el punto de que podemos sujetar el recipiente, lleno de bebida muy caliente, sin quemarnos los dedos. Las tazas de café acostumbran a ser de loza porque este barro fino, cocido y barnizado conduce muy mal el calor.

Sin embargo, también el desarrollo de éstas fue fundamental para infundir una pátina de charm al café y al té. Estamos hablando de las tazas de porcelana, o en general de la vajilla de porcelana, que era solo se podían permitir las clases pudientes. La historia que hay detrás de ella tiene algo de cuentos de hadas.

Al contrario que la loza, que se cuece a una temperatura más baja que generalmente no pasa de los 1046 Celsius, la porcelana o gres se cuece a una temperatura mucho más alta, alrededor de 1200 Celsius. Se obtiene a partir de una pasta muy elaborada compuesta por caolín, feldespato y cuarzo. Desarrollado por los chinos en el siglo VII u VIII e históricamente muy apreciado en Occidente, pasó largo tiempo antes de que su modo de elaboración fuera reinventado en Europa.

Como explica Sam Kean en La cuchara menguante, en 1701, un joven llamado Johann Friederich Böttger se hizo famoso por un truco en el que transformaba dos monedas de plata en una única pieza de oro. Augusto el Fuerte, rey de Polonia, creyó realmente en los poderes alquímicos de Böttger y, como en el cuento de Rumpelstiltskin, fue encerrado en el castillo para producirle oro:

Obviamente, Böttger no pudo satisfacer su demanda, y tras unos cuantos experimentos infructuosos, este joven e inocuo charlatán se dio cuenta de que su vida pendía de un hilo. Desesperado por salvar el pescuezo, Böttger le suplicó que le perdonara. Aunque había fracasado con la alquimia, le dijo, sabía hacer porcelana.
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La porcelana ya se conocía entonces, y era adorada por las clases altas, pues era dura, no podía ser rayada y era traslúcida como una cáscara de huevo. Pero lo más importante es que era exclusiva, porque venía de las lejanas tierras chinas gracias a la expedición de Marco Polo de finales del siglo XIII. Böttger salvó la vida porque, junto a Ehrenfried Walter von Tschirnhaus, descubrió los ingredientes de la porcelana china, pero el rey, que ahora podía convertirse en un monarca influyente, consideró a Böttger demasiado valioso como para dejarlo en libertad:

Los imperios se juzgaban por sus juegos de té, y comenzaron a extenderse rumores extravagantes sobre la porcelana. Según uno de éstos, no era posible envenenarse bebiendo de una taza de porcelana. Otro decía que los chinos tenían tal abundancia de porcelana que habían erigido con este material una torre de nueve pisos, sólo para presumir (Este rumor resultó ser cierto). Durante siglos, los europeos más poderosos, como los Medici de Florencia, habían patrocinado la investigación de la porcelana pero no habían pasado de producir imitaciones de tercera.

Finalmente, el éxito de esta nueva porcelana creada por Böttger fue rotundo y, en 1710, el propio Böttger fundó una fábrica en Meissen (Sajonia) que rodeó de gran misterio y secreto. Sólo algunos de los empleados conocían la fórmula y los métodos. Pero al cabo del tiempo algunos de esos técnicos se trasladaron a Viena, Venecia y Nápoles, donde fueron a su vez fundando otras fábricas de porcelana.

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