¿Puede la ciencia dar respuestas a absolutamente todo? (II)

¿Puede la ciencia dar respuestas a absolutamente todo? (II)
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El problema de responder a todas las preguntas del universo es que nosotros vivimos en ese mismo universo. El sistema no puede saber cómo es el sistema si está dentro de ese mismo sistema.

Por ejemplo, resulta incongruente conocer la posición, velocidad y energía de todas las partículas del cosmos si los instrumentos que empleamos para hacerlo también están compuestos de esas mismas partículas.

De nuevo Martin Gardner:

Supongamos que en algún tiempo futuro se desarrolla una Teoría de Todo que incluya todas las leyes y constantes básicas. La explicación consiste en encontrar una ley general que explique un hecho o una ley menos general. ¿Por qué la Tierra gira alrededor del Sol? Porque obedece las leyes de gravitación. ¿Por qué hay leyes de gravitación? Porque, según reveló Einstein, las grandes masas distorsionan el espacio-tiempo, haciendo que los objetos se muevan siguiendo trayectorias geodésicas. ¿Por qué los objetos siguen trayectorias geodésicas? Porque son las rutas más cortas a través del espacio-tiempo. ¿Por qué los objetos toman las rutas más cortas? Aquí nos tropezamos con un muro de piedra. El tiempo, el espacio y el cambio son aspectos de la realidad que vienen dados. No se puede definir ninguno de estos conceptos sin introducir el concepto en la definición, de modo que, como dicen los físicos, son “incomprimibles” en conceptos más básicos. No son meros aspectos de la conciencia humana, como suponía Kant. Están “ahí afuera”, independientemente de usted y de mí. Pueden ser inconocibles en el sentido de que no hay manera de explicarlos incluyéndolos en leyes más generales.

La escalada de preguntas sobre preguntas es infinita, hasta que finalmente salimos del propio sistema que estamos tratando de descifrar. Y entonces nos encontramos fuera del universo. Pero ¿qué hay fuera del universo? Presumiblemente, nada. Pero en ese vacío “exterior” deben de existir, al menos, leyes cuánticas que pudieran fluctuar para desencadenar el Big Bang. ¿Y por qué hay leyes cuánticas? ¿Dónde están esas leyes?

Tal y como decía Stephen Hawking: ¿Por qué el universo se toma la molestia de existir? Es una pregunta sin respuesta. Al meditar sobre ella, se induce lo que William James llamaba “mareo admirativo ontológico”. Jean-Paul Sartre lo concretaba en una sola palabra: “náusea”.

Quizá el problema epistemológico esté en la estructura interna de nuestro cerebro. El cerebro de un chimpancé es incapaz de entender la filosofía de Kant (y también mucho de nosotros, admitámoslo). Entonces, ¿un cerebro construido de otra forma sería capaz de captar verdades sobre el universo que ahora están lejos de lo que es capaz de hacer nuestra circuitería neuronal?

Pero ¿un cerebro diferente sería capaz de resolver la pregunta eterna de qué hay más allá, cuál es la explicación de esta explicación? Si la ciencia llega, inevitablemente, a muros insolubles, ¿es una mente diferente la que asumirá estos muros y reelaborará sus preguntas para que tengan una “lógica” que ahora no tienen?

En otras palabras, ¿importan tanto los datos como las interpretaciones que demos a esos datos?

Hay más barreras a las preguntas que podemos plantearnos sobre el universo, y a las respuestas que pueden proporcionamos. Son barreras impuestas por la naturaleza misma del conocimiento, no por la falibilidad humana o por las limitaciones técnicas. A medida que sondeamos a más profundidad en las estructuras lógicas entrelazadas que mantienen la naturaleza de la realidad, podemos esperar encontrar más resultados de ésos que ponen límites a lo que se puede saber. En último término, podemos descubrir incluso que su totalidad caracteriza al universo con más exactitud que el catálogo de las cosas que podemos saber.

Quizá lo que no podamos saber es más revelador de lo que podemos saber. Quién sabe. Hay opiniones para todos los gustos. Lo que resulta más o menos incontrovertible es que hay una serie de preguntas para las que la ciencia, según los expertos, jamás se encontrará respuesta.

Las enumeraremos ponderadamente en una siguiente entrega de este artículo.

Vía | ¿Tenían ombligo Adán y Eva? de Martin Gardner

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